lunes, 26 de febrero de 2018

estar

Era en Ensenada. Una amiga que conocía el sur me decía, cada vez que viajaba para allá, que fuera a Ensenada. Fui a tantas partes lindas allá en el sur que una más o una menos no eran tan relevantes. Siempre quería conocer más y más, independiente dónde, se llamara Ensenada o Cochamó o Tenglo o lo que fuera.

Hasta que un día fuimos. El viaje fue precioso. Había verde y azul en todos lados. El día estaba lindo así que además hacía calor. En todo el camino saqué muchísimas fotos. No podía decidirme entre el volcán Calbuco y el Osorno, y luego apareció uno detrás de este último; el Puntiagudo. Todos merecían fotos, pero ninguna lograba capturarlo. Menos aún con el auto en movimiento.

Llegamos a un camping lo más cerca del volcán Osorno que pudimos. Solo debíamos caminar unos metros para llegar directamente al lago Llanquihue. Apurados, armamos la carpa (primera vez que armaba una), ordenamos un poco todo y partimos al agua.

Llegamos. Era una playa pequeña, con solo unas cuantas familias, arena oscura y algo de viento. Pero el sol estaba "pegando" fuerte así que el viento no te hacía enfriar. Y ahí estaba. Sentía que podía tocarlo de lo cerca que estaba. El volcán Osorno justo frente a mí, sin ningún edificio, cable o elemento humano entremedio. Éramos solo nosotros, el lago y el volcán.

No esperé para entrar al agua. Los primeros pasos fueron sobre piedras, pero a medida que me adentré, poco a poco las piedras pasaron a ser pequeñas rocas, y finalmente arena. Y realmente era increíble estar viviendo eso. Nunca, jamás en mis 20 años yo había sido más feliz. Me reí. "¿Qué pasa, por qué te ríes?". "Porque estoy feliz. Mira esto. No puedo creer estar en un lugar así".

Realmente estaba exultante de felicidad. No me faltaba nada en aquel momento. Y no es que el lugar fuera bello solamente. He estado en muchos lugares bellos antes que no me habían logrado transmitir eso. Lo especial, lo emocionante de estar ahí parada (flotando) era sentir que yo era parte de eso. No estaba en un mirador viendo algo lindo, no estaba sacando fotos, no era una mera observadora. Yo me fundía con el agua, que estaba a una temperatura que no me permitía sentir frío. Nadaba, sentía el leve  oleaje, veía el volcán en frente mío, enorme e imponente como no he visto jamás otra cosa, y solo podía reírme de lo que estaba pasando. Y nadar, nadar, meterme bajo el agua, aguantar la respiración, saltar con las olitas que venían hacia mí. Es lo más lindo que he sentido en mi vida. No tengo palabras para explicar lo maravilloso que fue ese momento. Lo agradable del viento en mi cuerpo que, sin embargo, no era frío. El sol que calentaba pero no quemaba porque era tarde, como las seis. El agua que estaba fría para refrescar de ese calor, pero no lo suficiente para querer salirse del agua. La arena suave bajo mis pies. Y el volcán al lado tuyo. Con la persona que yo más amaba (amo, aún) en la vida, abrazada y riéndonos. Y yo estaba. Simplemente estuve ahí. Nada más importaba excepto ese momento y esa sensación y yo siendo parte de ese cuadro y ese momento. Nunca había sentido algo como eso. 

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